Dicen los entendidos en tauromaquia que para comprender la propia fiesta hay que acudir a una ganadería y contemplar al toro en su hábitat natural. Algunos esgrimen este argumento incluso para convencer a los antitaurinos de la pureza del toro bravo y de su supervivencia, íntimamente ligada a los festejos taurinos. «Si la fiesta no existiese, tampoco lo haría el toro», aseguran muchos.
Esta teoría no va mal encaminada. Las reses que conocemos actualmente no son sino un logro de los ganaderos, un animal que no existía tal y como lo conocemos hasta que la fiesta comenzó a extenderse. Las reses tienen sentido gracias a ella y sin las corridas no estaría garantizada su propia supervivencia. Con respecto a esto, Julio Fernández Sanz, jefe del departamento de investigación veterinaria de la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL), recoge que «el toro es la mayor aportación española a la genética mundial y a la cría animal».
Las reses bravas descienden del uro, un animal hoy extinto pero que estuvo muy presente en la Prehistoria como sustento para la población. El uro abundaba en toda Europa y está muy vinculado a las raíces de la cultura hispana. Prueba de su existencia son los numerosos documentos de arte rupestre, como las cuevas de Altamira, «donde el hombre prehistórico dejó constancia de la existencia de un animal de patente agresividad cuyos rasgos responden a la anatomía del toro», según recoge el periodista Fernando Fernández Román en su libro 'Los toros contados con sencillez'.
Gracias a la concurrencia de intereses de una cultura popular con profunda raigambre taurina, a las prácticas ecuestres de los nobles y caballeros de la Edad Media, a la destreza para el juego con los toros del personal encargado de su manejo en las dehesas y en los mataderos, así como al inteligente arte de criar y seleccionar de los ganaderos, se creó este bello animal, una de las mayores joyas de la zootecnia mundial, según explica el veterinario Fernández Sanz.
El origen, en Valladolid
Con respecto a las ganaderías de bravo, se desconoce cuáles fueron las primeras en dedicarse a la cría específica de este ganado para explotar su lidia con fines comerciales. Fernández Román recoge que la tradición asegura la existencia en los siglos XV y XVI de una vacada organizada en una zona pantanosa enclavada en la provincia de Valladolid desde donde partían los toros de aquella época para ser corridos en fiestas.
Esta ganadería recibía el nombre de 'Raso de Portillo' y hasta finales del siglo XIX crió toros que gozaban de fama. Por tanto, los estudiosos coinciden en que ahí podría estar el origen de las ganaderías. A finales del siglo XVII las vacadas de 'bueyes bravos' comenzaron a organizarse aunque sin fines lucrativos y un siglo más tarde, cuando el espectáculo taurino cobró interés popular, las ganaderías comenzaron a tomar forma de explotación pecuaria con un destino definido: la lidia del toro. Nacen así las castas fundacionales del toro bravo, según su ubicación geográfica y procedencia, a partir de las cuales y por selección a lo largo de casi tres siglos se ha obtenido el toro actual.
Desde hace décadas la tierra de encinas y alcornoques de Extremadura ha dado cobijo a estos animales. Por sus características, la dehesa es un terreno ideal para la ganadería. La pobreza y baja calidad de sus suelos hace casi imposible la práctica agrícola por lo que el ganado predomina en estos paisajes. Además, los entrellanos propios de la dehesa extremeña y los suelos fuertes y duros constituyen un hábitat ideal para la cría del toro bravo. «Otro factor es que la producción ganadera brava es compatible con otras producciones ganaderas en la dehesa», según apunta Antonio Guiberteau, director general de Desarrollo Rural de la Consejería de Agricultura de la Junta de Extremadura. Por estos motivos, desde hace años se han asentado en la región importantes ganaderías, como por ejemplo Contreras, Conde de la Corte, Albarrán, Viuda de Soler, Trespalacios o Victorino Martín.
En concreto, la zona del suroeste de la región, entre Olivenza, Alconchel y Táliga o la parte norte de la provincia de Cáceres, por la Sierra de San Pedro congregan el mayor número de ganaderías. La provincia de Cáceres se lleva la palma, con 75 y la de Badajoz reune 51. Por terreno sucede al contrario: en la provincia pacense pastan en 23.266 hectáreas y en la cacereña en 23.072.
Todo ello genera una gran cantidad de empleo directo e indirecto. «No hay que olvidar que la mano de obra que requiere una ganadería de lidia es el doble de la que se necesita para atender a otro tipo de animales», recuerda Guiberteau.
Precisamente en la región se encuentra la Asociación Nacional de Mayorales cuyo fundador y director, José Luis Castro explica los motivos del auge de las ganaderías extremeñas. En su opinión, éste se debe a varias cualidades: un clima adecuado (menos frío que en Castilla y León pero no tan cálido como en Andalucía) que es ideal para el toro, las condiciones de la dehesa para la cría del animal (así como los precios asequibles de las fincas) y el enclave geográfico, cerca de Madrid y de Portugal «y a medio camino entre salmantinos y andaluces», explica Castro. «Conviene recordar también la mejora de las vías de comunicación», apunta Guiberteau.
El clima hace también que muchos ganaderos de Castilla y León tengan al menos una finca en la provincia de Cáceres. Según explica Lorenzo Fraile, antiguamente era habitual que los ganaderos de la zona de Salamanca realizasen la trashumancia. Cuando llegaba el frío, se trasladaban junto a sus reses a fincas que tenían en Extremadura, donde los inviernos eran más suaves y no se helaba el pasto por lo que los toros podían alimentarse sin problemas. Sin embargo, esta práctica se prohibió pero muchos siguieron manteniendo sus fincas en la región y eso hace que en el norte de Extremadura se congregue un importante número de ganaderías. «El clima es extraordinario y las temperaturas son mucho más bajas», explica Fraile que es propietario de la ganadería del Puerto de San Lorenzo, presidente de la zona de Salamanca de la UCTL y posee una finca en Salorino.
Este argumento también lo menciona Juan Pablo Jiménez que es el presidente de la zona Centro (que abarca también Extremadura) de esta Unión de Criadores cuyos objetivos son, entre otros, la mejora del toro bravo a través de estudios y la conservación de castas en peligro de extinción. Jiménez, que tiene una ganadería en la provincia de Jaén, asegura que Extremadura ha experimentado un importante auge en cuanto a reses bravas sobre todo en los últimos 15 años.
Respetuoso con el entorno
Las ganaderías contribuyen al sostenimiento de la dehesa y por las características de los propios animales -el toro no suele entrar en conflicto con ninguna especie animal o vegetal- se cuida en extremo la biodiversidad de la misma. «En las fincas de bravo no suelen realizarse prácticas de caza por lo que aumentan las especies cinegéticas como las perdices que son el alimento principal de especies en peligro de extinción. Así se contribuye a la biodiversidad y a la protección de estas especies», comenta Antonio Guiberteau.
Con respecto a la polémica sobre la prohibición de toros en Cataluña, Lorenzo Fraile considera que sería una «atrocidad». «La dehesa no tendría sentido. Los antitaurinos pretenden que sea el Estado el que se dedique a conservar la dehesa y a los propios toros pero es inviable. El toro desaparecería y las fincas no tendrían utilidad», comenta el ganadero que, a pesar de todo se muestra optimista y cree que finalmente no lo prohibirán.
Juan Pablo Jiménez, por su parte, asegura que es algo que va en contra del propio espíritu catalán, bastión de toreros y comunidad de mentalidad abierta tradicionalmente. «Sería un retroceso cultural que terminaría perjudicando a toda España no sólo a Cataluña», considera el ganadero.
Con los datos en la mano, lo cierto es que más de 3.000 festejos cada año auguran un buen futuro a la fiesta... y al toro.
fuente: www.hoy.es
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